lunes, 10 de mayo de 2010

Homilía del Cardenal Sean en la misa del Gesu


"Arzobispo Favalora, Padre Solís, Sacerdotes, Religiosos, Padre Provincial. Le agradezco mucho al Padre Suárez por permitirme dirigirles la palabra.
Primeramente quisiera expresar mis sentimientos de solidaridad y de pésame más sentido a los familiares del Padre Llorente, a sus hermanos Jesuitas y a todos que forman parte de nuestra gran familia de la Agrupación Católica. Hoy al despedirnos de nuestro patriarca nos sentimos un poco huérfanos.
Cuando yo digo a mis hermanos obispos que tengo trescientos Jesuitas en mi archidiócesis, ni un Santo Padre puede jactarse de eso; algunos me hacen muecas otros me dan un beso. Pero yo creo que es envidia.
Mi papá invocó en sus hijos un gran amor a los hijos de San Ignacio. El quería que yo fuera Jesuita. Los hermanos Jesuitas tienen 36 cráteres en la luna nombrados por sus hijos y los Capuchinos sólo una taza de café. Por lo menos papá soy Agrupado.
El mismo se da de gente leía Selecciones y en todos los números había un artículo que se titulaba “La persona mas inolvidable que he conocido en mi vida.” Confieso que para mí el Padre Llorente sería un candidato.
Hace varias semanas yo sentía un gran deseo de ver al Padre Llorente. Tal vez porque nosotros algunas veces somos un poco supersticiosos y me alegré cuando tenía que pasar por Miami rumbo a Haití. Javier Suárez me dijo que el Padre estaba dando una tanda de retiros y por eso sería fácil pasar por la Agrupación a saludarlo. Pero cuando llegamos, Don Manolo, fiel escudero y mayordomo del padre Llorente nos paró en seco. Nos dijo: “el padre está en su recámara y no se permite llamar sino en caso de ladrones o fuego"… así me quedé con las ganas. Pero hace dos semanas tenía que hacer otro viaje a Haití y avisamos que quería visitar al Padre Llorente; que ya habían ampliado la lista de ladrones y fuego para incluir cardenales. Tuvimos la dicha de tener la Santa Misa con él y una gran visita. Una gracia muy especial; no sabía que iba a ser la última vez en esta [vida].
La noticia de su muerte me impactó mucho. Recibí como treinta llamadas y un sin número de correspondencia electrónica por si acaso no había sabido. Su muerte me hizo recordar cómo durante la persecución de la Iglesia de Inglaterra, cada vez que mataban a un sacerdote de Inglaterra en Roma en el Colegio Inglés repicaban, no doblaban las campanas. Y se reunían todos los seminaristas y padres en la capilla para cantar el “Te Deo”; un himno de júbilo y de acción de gracias. Estoy muy afligido por la muerte del Padre Llorente pero también tan agradecido por su vida, su testimonio y por su amistad.
Cuando el P. Llorente celebró sus bodas de oro me pidió que predicara. Y yo bromeaba con él citando a Unamuno que tiene una comparación genial de San Ignacio con Don Quijote. Para mí el Padre Llorente encarnaba el ideal de San Ignacio. Su pasión, su idealismo su deseo de hacer presente el reto de Cristo. Cuando San Ignacio despidió a los suyos en Roma les retó: Id y pegad fuego al mundo entero. Amando Llorente cumplió a cabalidad esa misión.
Yo empecé a frecuentar la ACU hace 45 años cuando era seminarista en Washington. Desde el primer momento que conocí al Padre Llorente me inspiró. Seminaristas necesitan ver a sacerdotes como él para tener modelos de como ser íconos del Buen Pastor.
En mis años como director del Centro Católico Hispano estaba rodeado de agrupados, de esposas de agrupados e hijos de agrupados. El Padre Llorente, el segundo fundador de la ACU formaba a toda esa gente con una espiritualidad ignaciana, con una sana doctrina católica y con una gran pasión para servir. Mi ministerio se beneficiaba por la tarea del Padre Llorente. Unos siembran otros cosechan. Yo cosechaba las maravillas que el Padre Llorente sembraba.
Los hombres se definen por sus amores. En el caso del Padre Llorente son muy obvios: su amor a Cristo, su amor a la Iglesia, a la Compañía de Jesús, su amor a la ACU, a Cuba y a todos ustedes.
Le encomendamos al cuidado de la Santísima Virgen confiados de que algún día volveremos a gozar de su amistad.
Señor tomad y recibid este gran sacerdote.
Gracias por el regalo de su vida.
Amen".

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